«Mi admirado, querido y siempre recordado amigo Agustín García Calvo, el más grande gramático español de los últimos ochenta años — y por ello mismo no académico — me decía que el único progresismo educativo que había en España era el de recortar horas de latín, y me consolaba diciendo que no lo eliminarían jamás del todo, porque entonces no tendrían coartada para ser progresistas las siguientes generaciones.»
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