«No fue hasta mediados del siglo siguiente (II a.C.) cuando empezaron a perfilarse mayores ambiciones literarias. Terencio sustituyó a Plauto. Los personajes que ponía en escena ya no eran marionetas sin gran consistencia; amaban de verdad, sufrían, se lamentaban con todo su corazón, y los viejos ya no se limitaban a refunfuñar, sino que reflexionaban y se preguntaban si la mejor forma de impedir que sus hijos hicieran tonterías no sería comprenderlos y ayudarles a ver con más claridad en sí mismos. La influencia de los filósofos griegos aparece en este teatro, que es, sin duda, menos ameno, menos burlesco que el de Plauto, pero que resulta más humano y que contribuyó, muchos siglos después, tras el Renacimiento, a formar el teatro clásico en Francia y en toda la Europa culta.»
Pierre Grimal
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